Virginia Zavala sobre discriminación lingüística, el “terruqueo” y los grupos de poder en el Perú.
La semana pasada el Ministerio de Educación me invitó al programa
“Aprendo en Casa” para hacer un comentario sobre un documental destinado
a los estudiantes de 5to de secundaria. Se trataba del video “Los
castellanos del Perú” cuyo objetivo no solo consiste en visibilizar la
diversidad de formas de hablar el castellano en el país, sino también en
reflexionar sobre cómo esta diversidad está jerarquizada y se inscribe
en prácticas de discriminación social. Como sociolingüista, y
especialista en educación en áreas rurales, he sido testigo sobre cómo
se margina a los estudiantes denominados ‘motosos’ (en la institución
educativa, en el acceso al trabajo, etc.), solo por producir una
transferencia vocálica que es completamente normal en cualquier proceso
de adquisición de lenguas.
El programa se emitió el pasado martes 5 de mayo y generó excelentes reacciones por parte de estudiantes, familiares y miembros de la comunidad educativa en general. Al parecer, se trató de uno de los programas más vistos de todos los emitidos hasta hoy. Sin embargo, los desatinados y descontextualizados comentarios de Jaime de Althaus han generado un conjunto de malentendidos que están contribuyendo a frenar una educación en la que los estudiantes puedan reflexionar con libertad sobre los problemas del país.
Los lingüistas sabemos bien que las lenguas cambian y lo hacen por el uso de los hablantes. Los sociolingüistas sabemos además que la discriminación lingüística es, sin duda, una forma asolapada de racismo. También sabemos que es imposible hablar de discriminación sin hacer referencia al poder, pues esta se ejerce a partir de ‘regímenes de verdad’ que se naturalizan y terminan siendo internalizados como sentidos comunes. Así como no podemos enseñar el racismo sin hablar de sus orígenes y de su lógica, tampoco podemos enseñar el castellano estándar sin explicar cómo se ha erigido socialmente y cómo funciona. Muchos periodistas (e inclusive un ex ministro de educación) han llegado a decir que el video es antiguo y que no se adapta al Perú de hoy, como si el español de Piura fuera igual al de Chincha o ya no se discriminara a las personas por cómo hablan. Sin negar los cambios que han ocurrido en las últimas décadas, sabemos que la discriminación sigue estructurando nuestra sociedad y que el video es más vigente que nunca. Pero supongo que esto debe ser difícil de percibir desde el comodísimo lugar de privilegio de Jaime de Althaus, Aldo Mariátegui, Phillip Butters o Raúl Diez Canseco (todos hombres…).
Ahora bien, me resulta claro que todo este escándalo no se basa en realidad en discusiones sobre teoría lingüística que muchos de los opinólogos desconocen profundamente. “La ignorancia es atrevida”, decían nuestros abuelos. Los sociolingüistas sabemos bien que los debates apasionados sobre el lenguaje siempre esconden agendas políticas. No es muy difícil darnos cuenta que en este episodio se revelan, una vez más, intereses de los sectores más conservadores del país. La discusión sobre el lenguaje se está utilizando como excusa para mantener un proyecto que no acepta críticas y que hoy algunos nos quieren imponer al más viejo estilo del gamonalismo. No podemos continuar viviendo en un país donde todo tipo de crítica se utilice obscenamente para ‘terruquear’ y descalificar a quienes nos dedicamos al pensamiento y a la duda. La duda es, desde Descartes, aquello que mueve al saber. Precisamente el poder del lenguaje ha hecho que los significantes de ‘terruco’ e ‘izquierdista’ se hayan aglutinado en un mismo campo semántico y que, en el Perú, hayan terminado significando lo mismo. Esta manera de producir representaciones a través del lenguaje también debería ser discutida con estudiantes de 5to de secundaria. Y, por si puedo proponer algo, la práctica del ‘terruqueo’ debería estar penada judicialmente.
¿Está prohibido hoy discutir en clase qué es el poder, cómo se ejerce y desde donde se ejerce? ¿Debemos solo hablar de una falsa armonía nacional cuando lo que vemos, en mucho, es fundamentalmente corrupción, injusticia social y desigualdad? ¿Althaus y sus amigos piensan que debería estar prohibido leer a José María Arguedas en los colegios del Perú porque en sus libros hace referencia a los grupos de poder? No hay nada más absurdo que proponer eso. Lo diré por última vez: los grupos de poder existen, las dinámicas de poder legitiman la discriminación y el lenguaje reproduce (en sus usos, en sus prácticas) estas dinámicas. Lo que crea resentimientos y crisis en el sentido de comunidad son precisamente las prácticas autoritarias y negacionistas enunciadas desde los grupos de poder. Quiero concluir diciendo que, de todas formas, celebro que este incidente esté generando tanto debate sobre un tema que quizás no se hubiera discutido hace 16 años cuando se realizó el documental. Esto muestra que, al menos en algunos aspectos, el Perú sí avanza.
Autora: Virginia Zavala, sociolingüista, profesora principal de la PUCP.
Publicado en: Lamula.pe